[:es]
Los Niños del Bosque.
Por Ricardo Quezada basado en el trabajo de Tania Quezada para la Serie La Novena de Nueve.
-Me crié con mi abuela, en una casa modesta cerca del cerro de la cruz en Amealco. No es necesario resaltar, pero vivíamos de forma muy modesta y una de las actividades diarias era ir al bosque conseguir ramitas para poder encender un fuego. Para mí era un poco molesto tener que recorrer las veredas en búsqueda de ramas caídas porque mi abuela no me dejaba cortar troncos, decía que todo era parte de un todo y que no podíamos devastar un árbol sin pensar que del otro lado del cerro, Don Octavio el leñador iba a talar otro. Recuerdo que ella me sentaba en sus piernas y me explicaba –Él corta la madera, es su trabajo y nosotros sembramos hongos, ese es el nuestro, si todos taláramos un árbol de cada lado del cerro sin pensar en lo que hacen los demás, poquito a poquito nos comeríamos el cerro a mordidas y nos morimos todos de frío. De la misma forma si el leñador siembra hongos, nos empacharíamos de setas todo el año y no podríamos comerlas más porque nos hartaría el sabor, por eso es importante respetar el trabajo de todos, así estamos todos contentos, trabajando juntos, como los pájaros que se cortan el aire para poder volar más fácil-. A esa edad yo le hacía caso de todo, pero para quitarme cualquier tipo d incredulidad remataba la historia con -Así las criaturas del bosque nos dejan tranquilos y no nos harán travesuras.
Durante toda mi infancia viví un poco temeroso de esas cosas, así que nunca me atreví a contradecirla, pero cuando crecí fue diferente, nos estaba yendo un poco mejor gracias al dinero que nos mandaban mis papás del otro lado. De pronto tuvimos gas en la casa y ya no necesitábamos comprar madera aunque mi abuela seguía comprándole troncos al leñador; yo no entendía por qué, ella decía que el nixtamal no se cocía igual en la estufa.
Todas las mañanas caminaba como cinco kilómetros hasta la iglesia de San Juan Dehedó donde iba a misa o a hacer oración y regresaba con maíz y maderas, como ya era una mujer vieja yo siempre la regañaba y le decía que no cargara cosas tan pesadas, pero ella era necia, necia.
Para ese entonces ya me tenía mis primeras barbas y mi bigotillo, lo que significaba que yo ya era un hombre. Tomé el hacha y me salí una mañana a cortar el árbol más grande que me encontrara, claro que a los dos hachazos el titán de madera m
ostró ser demasiado para mí. Así que fui pegándole hachazos a todos los árboles, buscando uno que si se cimbrara ante mi fuerza, hasta que encontré un pino pequeño y joven, como de mi edad, apenas más alto que yo. Le pegué y el tronco se quebró bien rápido, como cuando le tuerces el cuello a una gallina. Me amarré una cuerda a la cintura y caminé hacia mi casa, pero nunca di con ella. Era un camino que sabía de memoria, lo recorrí cientos, digo millones de veces y aun así estaba cabronamente perdido.
Cuando se hizo noche escuché risillas y empecé a temer por mi vida, busqué refugio en el bosque pero todo me parecía aterrador, no podía internarme en ninguna cueva ni esconderme en el nicho que se forma en el tronco de los árboles porque de ahí venían los ruidos. Caminé durante horas y horas, y ya bien entrada la noche sonó una cancioncita y vi la luz de un fuego a lo lejos; me acerqué siendo lo más silencioso posible y vi a varios chiquillos con cara de animal bailar alrededor del fuego, como chaneques o nahualitos. Me dio mucho miedo, pero antes de que me pudiera echar a correr, ya me estaban viendo, se empezaron a acercar y en un arrebato de terror les dije que había traído un árbol para calentarnos a todos, arrastré el árbol hasta la fogata y las criaturas me cantaron –Aquí… aquí no se desperdicia nada, aquí todos cantan, aquí todos bailan- y empezaron a cantar -Un salto pal’ del Norte por los desafíos que vienen, otro al Este por lo que recién empieza y todo lo que nace, dos vueltas de nalguitas y con la carita reposando al poniente para lo que se duerme y un montón de brincos porque el sur está calientito y vivaracho- después se reían y empezaban a improvisar de nuevo –Muchacho, muchacho, cara de marrano, se perdió en la arboleda por andar de ufano, ahora tiene que bailar y bailar, sino en el frío se va a congelar- de nuevo risas y más bailes. El árbol empezó a arder con mucha fuerza y ellos no me dejaron detenerme, ni dejar de bailar hasta que seis horas después el árbol por fin se había quemado. Cuando se apagó el fuego, desaparecieron las criaturas entre burlas y risas –Mira cómo le quedaron las patas- dijo la niña mapache a la vez que su voz se perdía en el bosque como un sueño que me dejó las plantas de los pies llenos de ampollas y las piernas todas acalambradas. Caminé de regreso, no le dije nada a mi abuela, solo se rió cuando olió mi ropa ahumada.
Ya nunca las he vuelto a ver, soy muy respetuoso del bosque, pero una vez escuché a un cazador contar una historia –Había estado cazando coyotes todo el día, nomás por puro deporte, en eso; encontró un animal más grande de lo normal q
ue lo miró fijamente y le exhaló vaho en el rostro, él sintió el aire bien caliente pegarle en el rostro y lo dejó dormido. Cuando se despertó tenía la boca llena de caquitas como de conejo o de mapache y se escuchaban risas alrededor de él. Yo no sé qué tan cierto sea eso, pero he escuchado que cuando la gente pone casas cerca del cerro y no respeta a la naturaleza, hay deslaves y se escuchan las risillas de esas criaturas al crujir de la madera y el cemento.
[:en]By Ricardo Quezada Based on the work of Tania Quezada for La Novena de Nueve Series.
I grew up with my grandmother, in a modest house near the hill of the cross in Amealco. It is not necessary to highlight, but we lived in a very modest way and one of the daily activities was going to the forest to get twigs to light a fire. For me it was a little annoying to have to walk the trails in search of fallen branches because my grandmother wouldn’t let me cut logs, she said that everything was part of a whole and that we couldn’t devastate a tree without thinking that on the other side of the hill, Don Octavio the lumberjack was going to cut down another one. I remember that she would sit on her legs and explain to me -He cuts the wood, it’s his work and we plant mushrooms, that’s ours, if we all cut down a tree on each side of the hill without thinking about what others do, little by little we would eat the hill a bit and die of cold. In the same way, if the lumberjack sows mushrooms, we would be stuffing ourselves with mushrooms all year round and we couldn’t eat them any more because we would be full of flavor, that’s why it’s important to respect everyone’s work, so we’re all happy, working together, like the birds that cut the air to be able to fly more easily. At that age I listened to everything, but to remove any kind of disbelief I ended the story with -Thus the creatures of the forest leave us alone and will not make us mischief.
During my whole childhood I lived a little bit afraid of those things, so I never dared to contradict her, but when I grew up it was different, we were doing a little better thanks to the money my parents sent us from the other side. Suddenly we had gas in the house and no longer needed to buy wood although my grandmother kept buying logs from the lumberjack; I did not understand why, she said that the nixtamal did not cook the same in the stove.
Every morning she would walk about five kilometers to the church of San Juan Dehedó where she would go to Mass or pray and come back with corn and wood, as she was an old woman I always scolded her and told her not to carry such heavy things, but she was stupid, foolish.
By that time I had my first beard and moustache, which meant that I was already a man. I took the axe and went out one morning to cut down the biggest tree I could find, of course at two axes the titan of wood m
it turned out to be too much for me. So I was hitting all the trees with axes, looking for one that would curl before my strength, until I found a small and young pine tree, about my age, barely taller than me. I hit him and the log snapped real fast, like when you twist a chicken’s neck. I tied a rope around my waist and walked home, but I never found her. It was a road that I knew by heart, I walked it hundreds, I say millions of times and yet I was fucking lost.
When it was night I heard giggles and I began to fear for my life, I sought refuge in the forest but everything seemed terrifying to me, I could not enter any cave or hide in the niche that is formed in the trunk of the trees because from there came the noises. I walked for hours and hours, and well into the night a little song sounded and I saw the light of a fire in the distance; I approached being as quiet as possible and I saw several children with the face of an animal dancing around the fire, like chaneques or nahualitos. I was very frightened, but before I could run away, they were already seeing me, they started to approach me and in an outburst of terror I told them that I had brought a tree to warm us all up, I dragged the tree to the campfire and the creatures sang to me – Here… here nothing is wasted, here everyone sings, here everyone dances – and they began to sing – A palpable leap from the North for the challenges ahead, another to the east for what has just begun and all that is born, two turns of buttocks and with the face resting to the west for what is asleep and a lot of jumps because the south is warm and lively – then they laughed and began to improvise again -Muchacho, boy, pig-face, got lost in the grove because he was walking like a ufano, now he has to dance and dance, otherwise in the cold it’s going to freeze – again laughter and more dancing. The tree began to burn very strongly and they wouldn’t let me stop, or stop dancing until six hours later the tree had finally burned. When the fire went out, the creatures disappeared in mockery and laughter – Look at her legs,»said the raccoon girl as her voice was lost in the forest like a dream that left me with blistering soles of my feet and cramped legs. I walked back, I didn’t say anything to my grandmother, she just laughed when she smelled my smoky clothes.
I’ve never seen them again, I’m very respectful of the forest, but once I heard a hunter tell a story – I’d been hunting.[:]