“El Espíritu de El Agua es Una”

Frente a una tarea que parecía imposible, el artista Jason Botkin y yo nos reunimos frente al kiosco que fungía como centro de operaciones del proyecto “El Agua es Una”. Había una sensación de alarma pero dominaba la sobriedad ante el reto de terminar los murales de la cúspide del Domo en el reducido tiempo aún disponible.

Los primeros once días de trabajo habían sido tan duros que el equipo ya mostraba señas de agotamiento y con menos de diez días restantes, enfrentábamos la posibilidad de que el pináculo quedara inconcluso. Así es que Jason y yo promovimos una conversación con varios miembros del equipo, con el fin de encontrar una solución. La idea de dejar inconclusa la parte superior de la obra era dolorosa, pero el trabajo se evidenciaba complejo y peligroso. Mediante una acalorada discusión fluyeron ideas y consideraciones de seguridad, hasta que acordamos una estrategia, y Botkin asumió decididamente el desafío.

Días después, el aire alrededor del domo se sentía denso con el aroma del copal, la vibración de la concha de armadillo y las alabanzas de los danzantes concheros. Don Manuel Rodríguez, capitán general del grupo chichimeca “In Xochitl in Cuícatl” comandaba a su grupo de danzantes en la bendición de cada uno de los artistas y murales, avanzando alrededor del Domo en el sentido de las manecillas del reloj, expresando unidad y completitud. La aprensión se había transformado en una eufórica celebración al contemplar nuestro trabajo terminado y la ofrenda solar creada por el artista canadiense en la parte más alta de la cúpula, ¡en tiempo y forma!

 

Y necesariamente nos preguntábamos: ¿qué es lo que nos mueve a emprender un trabajo voluntario de esta magnitud?

La respuesta viene rápido a la mente de quienes trabajamos en el proyecto. “El Agua es Una” nos dio una experiencia de máxima intensidad vital y un dialogo relevante con el pueblo. Cada pincelada conectó al artista con un estado meditativo, una búsqueda creativa de símbolos para expresar nuestra identidad personal y colectiva. Cada pieza de arte expresó compromiso con la supervivencia de la humanidad frente a los retos ambientales que ponen en peligro al agua y los ecosistemas. Cada participación voluntaria propagó la exploración individual de la libertad cultural. Lo hicimos para inspirarnos a la transformación positiva de nuestro entorno, lo hicimos porque es bueno y porque podemos. ¡Y lo hicimos!

Entre las decenas de generosos participantes, deseo escribir sobre la contribución de mi amigo Jason, quién diariamente barría el piso de la casa donde hospedamos a los artistas, quién pasó días colgando de una cuerda de rappel para plasmar la ofrenda solar que sólo se puede contemplar desde el cielo, quién perdió siete kilos de peso a lo largo de tres semanas de trabajo extenuante, y quién ofreció apasionadamente una solución para lograr nuestra meta.

Así fue: nos encontrábamos reunidos frente al kiosko, uniendo nuestras manos como una partida de guerreros y hermanos, para dar poder a nuestro reciente compromiso, a pesar de la incomodidad de algunos sobre los riesgos de la tarea. Y de esa manera creamos un pacto mágico. Jason tomó el desafío y personificó el espíritu del proyecto: ofrendar talento, vida y recursos en la creación de algo impecable, obsequiando un ejemplo de sueños hechos realidad, e impulsando un acto monumental de producción comunitaria.

 

Existen grandes obras de arte urbano en el mundo de hoy. Cada aficionado lleva en su mente una lista priorizada de sus piezas favoritas. En mi propia lista subjetiva, nuestro Domo está en primer lugar, con su bóveda celeste plantada firmemente, representando la danza del cielo con la tierra mediante el cordón que sostiene el péndulo de Foucault. Así nace el poema que expresa el espíritu del proyecto, que es también el poema que dejaron nuestros ancestros para dar cohesión a las muchas identidades mexicanas: “En el ombligo de la Luna, en el centro de la Tierra, donde ofrecemos nuestro corazón al Sol.”

Este monumental mural de murales, en sí una meta-narrativa, define un paradigma nuevo y paradójicamente muy antiguo: inspirar al pueblo a recordar el poder de su capacidad colectiva para crear y transformar sus circunstancias, que es mucho más grande que el de cualquier individuo que actúa para sí mismo.

Édgar Sánchez,

Fundador, Nueve Arte Urbano

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